Imagination

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lunes, 9 de marzo de 2015

ASUNTO PERSONAL.

 

ASUNTO PERSONAL



 Sus miradas se cruzaban como una sola mentira convertidas en un hecho verdadero, gracias a la ficticia perspectiva de su indómito contrincante, perdido en el espacio de la frágil imagen creada a partir de las apariencias sociales.

    Sabía que Jose era el producto de un sin fin de problemas. Su ceño constantemente fruncido parecía haberse arraigado a su piel como un tétrico tatuaje de amargura. Desde esa perspectiva, su objetividad se reducía a lástima, por lo que optó por apartar aquellos pensamientos de su mente.

    Tomó asiento al tiempo que el muchacho lo hacía. Cruzaron los brazos por sobre la mesa y continuaron contemplándose . Juan se aclaró la garganta, sintiendo  que su aparato fonatorio  se acomodaba de la forma tan singular que lo hacía en presencia de Jose. Era un acto reflejo que había adquirido en su presencia; su voz se agravaba casi al instante, como previendo la presencia del maleante. Fijó su atención en la pared acolchada tras el pelinegro, intentando mantener la compostura. No se hacía la idea de mantener una conversación seria con Jose, el adolescente se jactaba de sus dotes de gigantón golpeándolo o bombardeando su mente con toscas palabras de burla, que no suponían reto intelectual alguno para quien las pronunciaba.

    Jose golpeó un par de veces la mesa, esperando que su aburrimiento se aplacara un poco, mientras los eternos minutos transcurrían con irritante lentitud. Juan parecía más nervioso de lo habitual, aveces desviaba su mirada hacia la pared tras él, para luego posar sus ojos en la mesa de hormigón. Acomodó su asiento con lentitud, esperando ver la reacción del asustadizo ratón de biblioteca, pero nada ocurría, estaba tan impasible como él mismo.

    Se levantaron al tiempo de las sillas, rodearon la mesa sin reparo alguno y luego se volvieron a sentar, todo con la perfecta sincronía de dos personas que se conocen instintivamente. Ninguno estaba dispuesto a perder, estaba el orgullo de Jose y la integridad de Juan, sólo uno podía sobrevivir a tales condiciones, pero ese era el motivo por el que estaban frente a frente. Si no terminaban con todo, ambos desaparecerían.

    Del otro lado del vidrio, la doctora Paula observaba a Jose, mientras aplaudía con entusiasmo. Finalmente había logrado diagnosticar al complicado paciente que en numerosas ocasiones se le había escapado de las manos al no poder acertar del todo sobre su enfermedad. Mirando por última vez en la semana la habitación blanca del manicomio, anotó los gestos del muchacho y escribió su diagnóstico en el expediente del joven:

    Trastorno de personalidad múltiple. Segundos después veía cómo caía al suelo pronunciado cuatro letras; Juan.

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